Tres asesinatos han ocurrido durante la pandemia del Covid-19 por los despliegues de soldados para erradicar forzadamente cultivos de coca. Esclarecer los hechos, como se darán cuenta, es relativamente fácil. La Asociación Campesina del Catatumbo (Asocamcat) hizo un llamado para que se detuviera la guerra. Negativo, dijo el presidente. Mi hipótesis es que el gobierno está apresurado por un par de números en el informe anual de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC).
El primer caso ocurrió el 11 de marzo en el Catatumbo. El ejército y la policía antinarcóticos llegaron con 800 hombres. Los días siguientes se dedicaron a tomar tinto y limonada con los cultivadores, que protestaban por su sustento de vida. La comunidad de Sardinata (municipio en el que aconteció lo relatado) exigía al gobierno, a través de su organización Asocamcat, una ayuda mutua, un diálogo, un respeto por los habitantes de un territorio, un acuerdo de paz. El presidente Iván Duque decidió que esto no era suficiente, así que le dijo a su ministro de defensa, que a su vez le dijo a un alto rango militar, que a su vez le dijo a un rango alto pero menos alto, y así en cadena hasta que le llegó la noticia al militar encargado en terreno (que seguramente es un rango bajo, pero no tan bajo): ¡erradicación yaaa! Los gritos, dicen, están de moda en las fuerzas armadas de Colombia.
La situación se tornó extraña. Los campesinos dejaron las vías que estaban bloqueando y se ubicaron alrededor de sus cultivos. A unos cuantos metros se instalaron los soldados. Durante tres días, se miraron y hablaron, como si el grito nunca hubiera llegado o como si no hubiera querido ser escuchado. El jueves 26 de marzo, sonó la activación de un fusil. La bala atravesó al campesino Alejandro Carvajal por la espalda, y lo mató.
El segundo caso ocurrió el 18 de mayo en Cúcuta. Las actividades de erradicación forzada empezaron casi un mes atrás cuando el ejército llegó a la zona. En respuesta, los campesinos se agruparon para defender sus cultivos de hoja de coca. Unos protestaban, y los otros continuaban su labor. Lo que ocurrió el día 18 lo resume el general Marcos Pinto así:
“un grupo de personas con machetes y palos atacaron a los soldados, y los soldados se vieron en la obligación de replegarse, y en ese movimiento se presentó el intercambio de disparos”
Por lo que se sabe, todos los campesinos negaron haber disparado con machetes y palos. Lo cierto es que, en medio del fuego (¡cruzadooo!, diría Pinto), el ejército atravesó la cabeza de Digno Emérito Buendía, quien se desplomó en mitad de unas matas de coca. Asocamcat emitió un nuevo llamado.
El tercer caso ocurrió lejos de Norte de Santander, en Tumaco. Mismo procedimiento, diferente lugar. En medio del bosque, comenzaron a sonar unos disparos, que tornaron en ráfaga. Muchos protestantes se tumbaron en el suelo al darse cuenta, otros no. Uno murió en el ataque del ejército: Ángel Artemio Nastacuas. El cuarto, el quinto, el sexto, el séptimo, el octavo, el noveno, el décimo, y el sinnúmero de asesinatos no sé dónde ocurrieron o dónde ocurrirán.
Paralelo a su ataque terrestre, el gobierno iniciaba preparativos para desplegar sus aviones con glifosato. La medida fue puesta en pausa por la Consulta Previa. ¿Por qué a pesar de que ya van tres muertos, y las comunidades campesinas, indígenas y negras gritan porque no se aumente su ya precaria situación económica, no es un imperativo la Consulta Previa para la erradicación manual forzada? ¿no es acaso suficiente que atente contra la vida?
Siempre es un gran momento para expandir las Consultas Previas. La violencia de nuestro sistema de gobierno, entre otras cosas, parte de la idea de que hay que escoger un individuo que nos “lidere” a todos. Un individuo siempre será un individuo, nunca un representante absoluto de una comunidad. (Tal vez por eso gastan sumas infames en publicidad, desde antes de ser escogidos hasta que se van. Tal vez por eso van desaforados tras cifras internacionales. Es un puesto para el egocentrismo: “en mi gobierno…”, dirán.) En cambio, fortalecer el gobierno propio me parece el camino hacia una sociedad menos violenta. Quizás si nos organizamos cada vez mejor y solucionamos desacuerdos creativamente y nos ayudamos los unos a los otros, sin imposiciones de un presidente y sus amigos, podríamos construir un gobierno del 99% y dejar atrás el del 1%.
Escrito por:
David Ramírez Ramón
Antropólogo de la Universidad de los Andes. Sus intereses se centran en la relación entre la naturaleza y cultura, especialmente en el campo de la ecología política. Actualmente es pasante en Elementa DDHH.