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Elementa estuvo en el Encuentro de Mujeres Cocaleras del Sur de Colombia

abril 8, 2017

Categorías:

Coca
Colombia
Construcción de Paz
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Política de Drogas

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Los territorios que habitamos han sido desatendidos por el Estado lo que ha generado un ambiente de falta de oportunidades. El cultivo de hoja de coca y demás actividades relacionadas (transformación, transporte y venta de base de coca y cocaína) se han convertido en una opción para cubrir nuestras necesidades básicas y de nuestras familias.

MUJERES, COCA Y PAZ

El Encuentro de Mujeres Cocaleras del Sur de Colombia, que tuvo lugar en Puerto Asís, Putumayo los días 17 y 18 de marzo, permitió visibilizar las diferentes posturas que asumen las mujeres que se han dedicado a cultivar coca durante gran parte de sus vidas y las necesidades derivadas de la coyuntura actual que atraviesa el país. Dentro de las discusiones principales que se presentaron, fue posible identificar las percepciones y posiciones asociadas a temas como la importancia de la hoja de coca, las labores desempeñadas por mujeres alrededor del cultivo y los retos a tener en cuenta en el camino a implementar los Acuerdos de Paz.

En este sentido, mujeres provenientes de los departamentos de Caquetá, Cauca, Nariño y Putumayo expresaron que, ante el abandono estatal, se vieron enfrentadas a acudir al cultivo de coca para subsistir, reconocimiento que expresan con cierto agradecimiento, ya que gracias a ello ha sido posible alimentar a sus familias, darles educación a sus hijos y asegurar un techo donde dormir. Sin embargo, al mismo tiempo, tienen presente que, debido a la violencia generada por el narcotráfico y a la común asociación de la hoja de coca con la cocaína, se han visto expuestas a la pérdida de familiares, a múltiples desplazamientos forzados y al riesgo de perder su propia vida.

Las conversaciones relacionadas con las labores específicas que realizan y que tienen que ver con el cultivo, permitieron evidenciar que la carga de una mujer es incluso del doble, en relación a las tareas que le corresponden al hombre. El rol desempeñado por las mujeres cocaleras, no se limita únicamente a las actividades económicas derivadas de la hoja, sino también al cuidado del hogar, de los hijos, del esposo, e incluso de otros trabajadores. Estas tareas implican jornadas que inician antes del amanecer y que van hasta las once de la noche, tal como lo relata una de las mujeres participantes del Encuentro:

“Tener coca es sudársela. Por ejemplo, yo me levanto a las 4 de la mañana, llevo a mis niños al colegio y sigo trabajando por mi casa, por el cocal y por mi comunidad”.

Por otro lado, la oportunidad de contar con la presencia de una cultivadora proveniente de Bolivia, generó el espacio para hablar de la importancia de la coca y sobre la pertinencia de tener en cuenta la variedad de usos alternativos que ésta tiene, diferentes a la elaboración de la cocaína. Esto, con la idea de abordar la estigmatización generalizada que suele equiparar la hoja de coca con una droga, sin tener en cuenta su infinidad de cualidades naturales, medicinales y alimenticias.

Lo anterior, permitió que el tema de los planes de sustitución de cultivos planteados en el Punto 4 de los Acuerdos de la Habana, fuera discutido con el fin de dialogar sobre los beneficios y perjuicios de acogerse a éstos. Sin embargo, el panorama se encuentra muy dividido, un gran número de asistentes se encuentra a favor, así como una misma cantidad está en contra. Dichas posturas, permiten entrever que, además de la desconfianza en las instituciones del Estado, las cultivadoras se enfrentan a la incertidumbre de saber si la sustitución es la forma de tener un nivel de vida adecuado y de asegurarles estabilidad económica prolongada en el tiempo. No obstante, hay un consenso claro en relación al hecho de que la erradicación de los cultivos no puede realizarse de forma forzada, sino que deben tenerse en cuenta las dudas y demandas de las cultivadoras para proceder con la sustitución de forma voluntaria y con la creación e implementación de proyectos productivos que sean viables en razón de las necesidades de cada territorio.

Si bien, los espacios en los que se propician las discusiones en torno al debate de la guerra contra las drogas son necesarios, es importante que en dichas discusiones se tenga en cuenta el punto de vista de quienes han sido históricamente invisibilizados, porque lo cierto es que Colombia no va a lograr una paz completa si no tiene en cuenta la voz de los miles de campesinos y campesinas que han vivido esta guerra cultivando, arriesgando su vida día y noche para intentar salir de una pobreza a la que han estado condenados a permanecer.

Es necesario hacer pedagogía consciente y completa de los Acuerdos de Paz y de sus implicaciones, pero esta labor no se cumple de un día para otro, es un proceso en el que las instituciones y la sociedad civil debemos comprometernos a ser multiplicadores del contenido de cada punto que conforma lo pactado entre el Gobierno Nacional y las FARC-EP. Se lo debemos a cada mujer, cada hombre, cada niño y cada niña que ha sobrevivido al fuego cruzado, a la miseria y al abandono, y que hoy ven una verdadera oportunidad después de años de sufrimiento.

Por: Paula Aguirre Ospina